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"La modernidad nos está echando de la ciudad. Por las noches se queda vacía. Solo es para trabajar."

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MARIA GONÇALVES

Ama de casa I 64 años

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Nació en Coimbra y cuando tenía 7 años su padre encontró trabajo en una fábrica portuense por lo que ella y sus 7 hermanos se mudaron a la ilha en la que reside hoy. Su madre falleció a los 37 años en el parto del décimo hijo. Cuando sus hermanos salieron del barrio ella se quedó con la casa y allí crio a tres hijas. 

Mi casa está vieja y llena de goteras que nunca arreglan. Pero a mí solo me echan de aquí si la casa se me cae encima”, proclama Maria Gonçalves cargando el carro de la compra a la puerta de su casita en la calle de São Vitor. Se trata de una construcción baja de unos 20m2 con una sola fachada al exterior cubierta de pequeños azulejos rosas y con dos ventanucos. Está rodeada por otras diecinueve casitas de colores que se extienden en dos hileras alrededor de un pasillo de algo menos de dos metros de ancho al que se accede por una puerta en el exterior.  Esta tipología de viviendas se conoce en la ciudad de Oporto como ‘ilha, en español, ‘isla’.

Las islas de casitas maltrechas son pequeñas comunidades de vecinos que crecen hacia el interior de las manzanas del centro de la ciudad y tienen salida única a la calle a través del pasillo comunitario. La mayoría fueron construidas entre 1870 y 1950 como solución habitacional para las hordas de campesinos que llegaron en busca de trabajo a un Oporto en plena revolución industrial. Hoy siguen en pie 957 ilhas en las que habitan unas 10.000 personas, un 5% de la población total.  La mayoría de ellas están semi abandonadas y, como la de Gonçalves, en pésimas condiciones de habitabilidad.

En la ilha donde Gonçalves vive de alquiler desde hace más de 50 años, hay siete casas deshabitadas y tres que se alquilan a turistas. Salvo estas últimas, que se distinguen del resto porque sus fachadas están en mejores condiciones, todas pertenecen a la misma propietaria. “Cada poco alguien viene a preguntar si hay alguna casa vacía, pero nunca se las alquilan. Los vecinos intuimos que las hijas [de la propietaria] están esperando a que ella fallezca para vender todo esto y convertirlo en alojamiento turístico”, relata Gonçalves y añade que “no se preocupan de arreglar las casas para ver si nos vamos de aquí”.

Ilha de la calle São Vitor donde reside Gonçalves. Con los vecinos suelen convivir colonias de gatos. 

De las cuatro mercerías que hubo en São Vitor, un híbrido de tienda y bar típico de los barrios portuenses, solo quedan dos; de cuatro cafés, sobrevive uno; de sus tres carnicerías, no queda ninguna. Para Gonçalves el abandono de este barrio es consecuencia de políticas urbanas “en la que todo se hace pensando en el turismo”. “No tengo nada en contra de los turistas, pero ha sido demasiado. Se ha creado un Oporto para ellos y han echado a la gente que daba vida a la ciudad”, lamenta.

La calle de São Vitor se localiza en uno de los barrios obreros más tradicionales de Oporto, Bomfim. Discurre entre hileras de edificios bajos que albergan una decena de ilhas en su interior. Algunas se han convertido en su totalidad en alojamientos turísticos que se ofertan como casas acogedoras estilo loft en el centro de la ciudad. En otras, sobreviven los vecinos históricos que tratan de mantener vivas tradiciones y una forma de vida en peligro de extinción.

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Los vecinos se reúnen en la mercería de Ilda, uno de los últimos comercios abiertos en el entorno de São Vitor. 

“Amo a mi Oporto y me encanta la fiesta de São Joao. Ahora, se llevan más las sardinas asadas, pero en mis tiempos hacíamos colas en las panaderías para compras pan caliente y café. Ese día, a medianoche, siempre hago café y mis vecinos y amigas vienen para tomarlo. Es la tradición”, cuenta Maria Dolores Castel, que vive desde el día en que nació en la ilha conocida como “la del Doctor”, al final de la calle São Vitor. En esa minúscula casa se criaron también todos sus hermanos y después, sus seis hijos.

Castel trabajó desde niña haciendo arreglos con flores artificiales, después como cocinera y finalmente como empleada de limpieza en un hotel y ha sido testigo de los numerosos cambios del barrio. Recuerda que “hacia los años 70 tiraron abajo muchas ilhas” y los vecinos, al igual que harían sus propios hijos, se mudaron a la periferia de la ciudad. Yo nací en São Vitor, no querría irme de aquí para ninguna otra casa, tendría mucha saudade, comenta sentándose en una silla para soportar el dolor de cadera que le dejó un tropezón con el peldaño de la puerta de la casa. A sus 79 años Castel vive sola en un local de una única ventana y, aunque desde hace 15 años tiene un baño propio con retrete, todavía utiliza un caldero para bañarse.

"Todo lo que no resuelves

en la política de vivienda

es gasto en otras políticas"

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AITOR VAREA ORO

Arquitecto I 41 años

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Graduado en arquitectura por la Universidad de Valencia concibe el urbanismo como una forma de justicia social. Se enamoró de Oporto durante su erasmus en la ciudad y ahora trabaja en diversos proyectos como técnico de la Cámara Municipal de Oporto para rehabilitar las ilhas.

Barrios que ven cerrar sus comercios tradicionales, vecinos expulsados de sus enclaves históricos y la llegada de nuevos inquilinos con un nivel socioeconómico diferente. Lo que Gonçalves y Castel describen con sus experiencias es el fenómeno conocido como gentrificación. “Las personas que viven en las ilhas y pagan una renta antigua se van muriendo y son sustituidas por personas que ya pagan unos 200 o incluso 300 euros por alquilar casas de 30 m2. Con la crisis del 2008 empezó a llegar un público nuevo, personas de clase media-baja que perdían sus casas por no poder pagar la hipoteca y se iban a vivir a ilhas.  En los últimos años empiezan a entrar negocios de alojamiento temporal como AirBnB”, explica Aitor Varea, el arquitecto a cuyo empeño se deben los proyectos en marcha para la rehabilitación de la ilhas.

Como advierte Varea, aunque la gentrificación aporta mayor complejidad a la cuestión de las ilhas, sus raíces son más profundas. Quienes construyeron estas viviendas fueron pequeños propietarios que en los quintales o huertas de sus casas levantaron viviendas baratas con alquileres bajos para obreros. Estas propiedades de escasa calidad constructiva fueron heredándose de generación en generación, así como sus problemas. “Algunas tienen alquileres tan bajos que ni siquiera los propietarios pueden permitirse rehabilitarlas”, señala Varea.

“Aunque la realidad de las ilhas es muy heterogénea, la mayoría de la gente vive mal y no es aceptable que en el siglo XXI las personas vivan de esta manera”, recuerda Varea quién llegó a conocer casos tan sangrantes como el de un hombre que sujetaba parte del techo de su casa con una raqueta. El arquitecto va incluso más allá y señala que los problemas de la vivienda tienen un efecto dominó con consecuencias desde la exclusión social hasta enfermedades endémicas de la infravivienda.

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Retrete comunitario, todavía en uso, en una una de ilhas del proyecto de Lomba.

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Ante la falta de espacio en sus casa los vecinos convierten la zona común en una suerte de almacén. 

Desde que conoció la realidad de las ilhas, Varea se volcó en el diseño de proyectos de rehabilitación que tuvieran en cuenta a todos los actores: inquilinos, propietarios e instituciones públicas. En la zona conocida como Lomba, una suerte de barrio oculto atestado de ilhas situado en pleno corazón de la ciudad, Varea encontró el terreno donde iniciar un proyecto piloto de rehabilitación cuyas obras están a punto de comenzar y pretenden terminarse en el 2026.

“Comenzaron a venir a estudiar el terreno hace tres o cuatro años. Al principio, las personas más mayores, venían a la asociación con cierto miedo y preguntaban si podían abrirles la puerta”, cuenta Marlene Arantes, presidenta de la asociación de vecinos de La Lomba, sobre la primera fase del proyecto. Tres trabajadoras sociales acompañadas de tres arquitectas se acercaron a conocer a los vecinos de las ilhas, sus casas y sus necesidades. “Algunas personas no tienen baños dentro de casa y por eso tenemos unos públicos en el edificio de la asociación”, señala Arantes.

Finalmente, el proyecto diseñado consiste en unir seis de las ilhas de Lomba, adquiridas por la Cámara Municipal, que permita crear casas más grandes, con todas las necesidades básicas, que mejoren la permeabilidad con el exterior y que ofrezca zonas verdes a los vecinos. Todo ello manteniendo a los inquilinos originales en su espacio con alquileres controlados para evitar que se produzca el desarraigo provocado por iniciativas anteriores que trataron de erradicar las ilhas realojando a las personas en vivienda social construida en otros barrios.​

"Hace quince años pasamos por un periodo negro en el que muchas casas se fueron degradando"

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MARLENE ARANTES

Dependienta I 37 años

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Marlene se crio en Lomba y a pesar de que la mayoría de la gente de su edad se marchó del barrio ella se quedó y formó una familia. Preside la asociación de vecinos, puesto en el que la precedió Antonio, que trabajó en la banca y en la marina mercante. Cuidan de la vida cultural del barrio y  de mantener las redes de apoyo entre vecinos.

RICARDO MARTINES

Jubilado I 77 años

RESOLVER UN PROBLEMA DE 150 AÑOS

ILHA DEL NÚMERO 158 DE LA CALLE SÃO VITOR

"Las ilhas ya no son un problema, son una condición con la que tenemos que vivir"

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PEDRO BAGANHA

Arquitecto I 50 años

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Graduado en arquitectura por la Universidad de Oporto trabajó como técnico del proyecto del metro de la ciudad. Desde 2013 entró como adjunto en la concejalía de urbanismos y en 2017 se convirtió en concejal. También ha ejercido como docente y presidente de la empresa municipal de vivienda, Porto Vivo.

Imagen oficia de la Cámara Municipal de Oporto

Varea pretende que este sea un proyecto “replicable” para que, con préstamos de dinero público, los propietarios puedan adecuar las casas y devolver la deuda por medio del cobro de alquileres regulados. “Planteamos crear soluciones que cada vez se apliquen más rápido para llegar antes a los propietarios que los fondos de inversión”, explica Varea y añade que nada de esto sería posible sin la ayuda del actual concejal de urbanismo, Pedro Baganha.

Desde hace más de cien años, la ilhas forman parte del entramado urbanístico de la ciudad y ninguna política ha sido capaz de erradicarlas. “Un problema es cualquier cosa que tiene una solución. Si hay un problema que no tienes solución, entonces pasa a ser una condición con la que tenemos que vivir”. Esta es la visión de Baganha, quien ha movilizado los instrumentos estatales y municipales para lograr destinar parte del dinero de los fondos de Recuperación y Resiliencia, emitidos por la Unión Europeo tras la crisis del coronavirus, a la rehabilitación de las ilhas.

Baganha reconoce que “rehabilitar es un 50% más caro que construir vivienda nueva, pero merece la pena”. La historia demuestra que por muchos esfuerzos que se hagan para erradicarlas, las ilhas se resisten a desaparecer, por tanto, hay que actuar directamente en ellas. Son proyectos que requieren tiempo, dinero y mucha voluntad política. Acciones que dependen del trabajo directo con los ciudadanos que habitan la realidad de la ilhas y de su esperanza en las instituciones.

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